La forma de la manzana - DELIA CROCHET

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Crochet tiene el secreto del cuento, dice Elvio Gandolfo de esta cuentista absoluta que narra los modestos fracasos de la vida provinciana, el deseo, el desamor, la traición y la frustración de sus mujeres. Desde que aprendió a leer definió su vocación, pero recién en los años noventa comenzamos a leerla en antologías. Es un privilegio para nosotros que dos editoriales cordobesas reúnan sus relatos.


Delia Crochet (1947) nació y vive en Rosario. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Desde los años 70, trabaja en la dirección de una empresa familiar dedicada a la fabricación de envases flexibles. Ha sido colaboradora del diario La Capital. En 1998, obtuvo el Primer Premio del Concurso Municipal Manuel Musto en el género cuento por la obra Bajo la quieta luz de un farol. Participó de diversos volúmenes colectivos, entre ellos La Noche de los Leones (Ediciones La Cachimba, 1994), Rosario de Antología I (Desde la gente, Editorial Municipal de Rosario, 2004) y El cuento ilustrado (Editorial Municipal de Rosario). Publicó Bajo la quieta luz de un farol (Primer Premio del Concurso Municipal Manuel Musto, Rosario, 1999), Decir ahora (Alción, 2007) y La forma de la manzana (Ediciones Recovecos, 2008).

Ella dijo:

…no tengo mucho más que una situación al empezar. Quizás sí a un nivel inconsciente. El modo de revelarlo es escribiendo. Yo estoy absorta, viendo qué está pasando, sin poder manejarlo demasiado, ante esa negatividad de la lengua, que te pone un límite, esperando esa revelación, esa manifestación. … Me interesa muchísimo el lenguaje. Peleo mucho por hacer una tarea de limpieza de lugares comunes, de estereotipos. Diálogo con Osvaldo Aguirre. Suplemento Cultura-La Capital. Rosario. 26. O9. 99.



…en la profundidad azul plata del azogue, absorta en lo que contemplo y urdo, me veo en aquella penumbra fresca, con el corte a la garzón y flequillo y un aire místico enmarcado por el encaje que es de pronto rebozo, crespón negro de viuda, aquella pobre mantilla de mi madre desciende descubriendo mis hombros flaquitos y es blanco armiño envolviendo lujuria, estola y diamantes, boa de plumas de marabú, cabaret y champagne, hasta que el sol de una tarde de toros enciende los colores vivos de un Mantón de Manila. No estaban allí las cicatrices de mis cesáreas, ni la donación de mi cuerpo, ni cada minuto de mis desconciertos. El espejo de la infancia era entonces la página en blanco que devolvía mi cara de luna nueva, guardando una luz que en vano yo trataba de capturar. Marginalidad y creación, Congreso de Escritoras de América Latina. Malba, Buenos Aires. 29 al 31 de octubre de 2002.

Se dijo de ella:



Al igual que la de los relatos kafkianos, la felicidad que provoca no proviene de sus temas o motivos, que dejan a menudo un sabor amargo en la boca o cierta desazón en el ánimo, sino de su destreza formal y su poder de sugerencia. Diego Colomba. Sobre La forma de la manzana – La Capital, Rosario, 24.8.08.

Son 22 cuentos. Me arriesgaría a decir que todos son diferentes, que cada uno narra una experiencia, casi siempre desesperada y que en cada uno los episodios, las peripecias se van desenvolviendo según una trama intocada por los demás. .. (…)… en todos ellos, ellas, quienes se mueven a través de los párrafos, dicen, tratan de decir, a veces sin palabras y sólo con gestos, lo que aman, lo que desean, lo que odian, lo que persiguen, lo que han dejado atrás. Y no lo logran. Es Delia en cambio, la que logra que sus personajes se sirvan del lenguaje o de la ausencia de lenguaje para mostrar las entrañas de su desesperanza.- Angélica Gorodischer. Presentación del libro Decir Ahora. Publicado en Señales-La Capital, Rosario. 17.6.2007



Crochet tiene el secreto del cuento: concentración, sorpresas menores que resultan mayores y libertad para volar. Los personajes de Crochet parecen pálidos, agobiados, pero viven en todo su espesor sus fragmentos de vida. Porque los escribe alguien que sabe rescatar con la energía intacta sus momentos más duros o más luminosos. Elvio Gandolfo. La mujer de mi vida. año 5 nro.47



Domingo de guardar



Mercedes pone en marcha el motor y toca bocina. Anselmo saluda con el brazo en alto desde la galería. Los chicos gritan y sus voces se pierden detrás de una cortina de tierra. La algarabía ha inquietado a los pájaros. Unos cuantos alzan vuelo, imprimen en el aire el estrépito de sus alas. Después todo se apaga dejándolo inmerso en un silencio espeso, como si el último soplo de vida hubiese acabado.
Inmóvil y con los ojos entrecerrados bajo la visera de la gorra, Anselmo mira a su alrededor. El cielo plomizo parece a punto de desplomarse. Pero no llueve y él quisiera despanzurrarlo con sus propias manos. Pero ni de ahí que la cosecha se va a salvar, murmura. Le duele. Sin embargo, ningún sentimiento se refleja en la cara del hombre, que apenas parpadea.
Después entra en la casa. Cruza la cocina, deslizando una mano sobre el mantel de plástico que cubre la mesa. En el dormitorio va directo hacia el reloj, tomándolo con un poco de resquemor. Ya no quiere verlo. Abre un cajón de la cómoda y lo guarda entre la ropa. Vuelve los ojos hacia la imagen de la Virgen del Luján que está en la mesa de luz, tiesa bajo el manto celeste. En el pequeño florero, unas flores secas la adornan, rígidas también, tiesas como Ella.
Anselmo tiene la boca seca y cuando mira el techo lo oprime un dolor en el costado izquierdo. Los travesaños de madera están descascarados, con restos de pintura vieja. La última pintura, rememora con un nudo en la garganta, es del tiempo en que compró el tractor. Qué buena época, se dice, y ahora el nudo se afloja. Una pelota se le forma en el estómago. Su mujer no estaba de acuerdo. Prefería ahorrar. Era miedosa. No. Su mujer no quería gastar, ni sacar créditos, porque desconfiaba de los bancos. Pero él no la había escuchado, nunca la escuchaba en esos casos. Ella quería enterrar la plata en el patio. Quería ir juntando para más adelante. Quería que algún día los chicos pudieran ir a estudiar a la ciudad. Cómo podía saber. Había ahorrado cada moneda para mejorar y ahora que se había rendido, era ella la que estaba dando pelea, yendo a parar remates, gritando a viva voz y defendiendo la tierra. Ahora Mercedes, como hacían otras mujeres en lucha, se la pasaba leyendo los diarios, enfrentando a los funcionarios que querían quitarles la chacra mientras él... Quién hubiera dicho que Mercedes iba a reaccionar así. Había salido fuerte la gringa. Qué cosa, la vida, se dice, y otro dolor parte de algún lugar infinitesimal de su cuerpo, ahora que la pelota del estómago había desaparecido. Pero él ya está cansado.
Por la ventana entra una luz descarnada. Es una buena habitación, igual que las demás, porque la casa está bien orientada y la galería que la circunda la protege de las inclemencias. Así fue planeado y por eso es tan seca. Tan seca, repite en voz alta, pasándose la lengua por los labios y se le hace que la lengua es de arena y un hormigueo le recorre la boca, ahora que ha pronunciado esa palabra con una voz que parece surgida desde el fondo de aljibe.
Demasiada luz, dice y se estremece. Porque ahora que ha guardado el reloj, para no sentirse verdugueado, cuando no creía ya oír voz humana, ni siquiera la de Mercedes o la de los chicos, su propia voz lo sobrecoge y sin saber por qué, se da vuelta hacia la Virgen del Luján que parece que lo observa, triangular y quietecita, con el color del cielo en el manto, del cielo de tantas y tantas mañanas, no este cielo encascotado que se cierne sobre la tierra sedienta, como sediento está él, que va a la cocina y trae la botella de ginebra y antes de oscurecer la habitación le echa un trago y se pasa el dorso de la mano por la boca y entonces sí, se arrima a la ventana y entorna los postigos como haría con los párpados de un muerto, como acaso se los cierren a él, en un tiempo corto o largo, vaya a saber, porque el reloj está guardado y al final el tiempo qué es, si parece que fue ayer, no más, cuando la trajo a Mercedes a vivir al campo, y antes, cuando levantó las paredes nuevitas de la casa y la alzó en brazos para entrar y estaban tan felices los dos. Todavía se acuerda del dolor de las manos. Y una lágrima grandota va a caer sobre las palmas abiertas bajo su mirada fija. Ahora, la sensación es de tener la boca llena de terrones resecos de tierra.
Abre el ropero y saca dos sobres cerrados. Uno es para el abogado. Los acomoda contra el velador, esquivando a la Virgen. Pero los ojos de Ella, diminutos como alfileres de plata, son reproches. O tal vez él tiene miedo de esa mirada que cala hondo y por eso elude esos ojos en los que debe de haber tanto fuego, porque ahora Anselmo cree que, bajo el manto, la Virgen se agita como una mujer de carne y hueso. Ella también ha luchado, ha cruzado yermos, ha tenido sed siguiendo a su Hijo. Ella, fragante de lirio, de leche y de miel. Y no la mira.
Después se vuelve hacia la silla y ve el almohadón. No quiere ensuciarlo porque lo ha hecho su mujer en alguna de tantas noches de invierno junto al fuego y lo retira. Lentamente, como sin darse cuenta, va subiendo ya sin noción del tiempo. Mercedes se irá a vivir al pueblo con los chicos, piensa y es un pensamiento oblongo, que aparece y desaparece porque es un pensamiento para después, para cuando el reloj vuelva a ordenar el mundo. Y en el pueblo se contará en voz baja lo que haya que contar, cuando los vean pasar y después olvidarán. Pero ahora es domingo. Un domingo dilatado en el que cabe todo, hasta las maniobras que hace subido a la silla y de espaldas a la Virgen. Había aprendido a hacer nudos en la marina. Al volver, su madre lo halló más corpulento, más hombre. Fue entonces cuando conoció a Mercedes. Después baja los brazos acalambrados y siente circular la sangre. La siente llegar hasta la punta de los dedos. Todo su cuerpo tiembla. Un miedo atroz lo atraviesa, pero las imágenes se atropellan aturdiéndolo. Las mazorcas del maíz, los alambrados, los hijos corriendo frente a la casa, tormentas y heladas, risas, risas alrededor de la mesa, sus pobres viejos inclinados sobre la tierra, las sábanas blancas al viento en la soga, Mercedes sosteniendo un fuentón, los perros, y él trabajando con el tractor, formas y dimensiones desbaratadas y simultáneas a la vez, porque todo cabe en este domingo.
Al fin hace un movimiento brusco con los pies y la silla se vuelca. Un viento súbito abre los postigos de la ventana pero la luz no dura más que un instante, porque de inmediato se cierran con un golpe.



Incluido en Decir ahora (Alción, 2007)






5 comentarios to “La forma de la manzana - DELIA CROCHET”

  • 03 septiembre, 2009 09:37

    gracias Teresa, antes que nada, por tu laburo de selección,
    la Crochet una maravilla! Esa boca seca, esa patada, dios santo! qué bueno.
    un beso de mañana gris de buenos aires,
    recién mudada...

  • 20 diciembre, 2009 21:40
    laura says:

    Qué cuento!! Yo también agradezco Teresa, hay nubes de buen tiempo en esta noche, Montevideo está azul y domingueando, casi triste.

  • 20 marzo, 2010 03:16

    Solo decirte GRACIAS!!
    Tu trabajo de selección inmejorable, entrar a este sitio demanda tiempo, pero vale la pena hacerlo por el disfrute que nos brinda...

  • 23 febrero, 2012 02:35
    Anónimo says:

    GRACIAS MARÍA CADA TANTO LE DEDICO UN TIEMPO A ESTE BLOG Y APARTE DE GRATIFICADA POR LO QUE ENCUENTRO, LEO, ME SIENTO FELIZ POR APRENDER DE CADA UNA DE ESTAS MARAVILLOSAS ESCRITORAS. UN ABRAZO. MARTA COMELLI

  • 04 abril, 2013 15:38
    Matilde Valdez says:

    Me enteré de este blog por el diario Clarín, te agradezco por presentar estas escritoras argentinas. Muy bueno "Domingo de guardar" de Delia Crochet.

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