Sus textos han sido traducidos a varias lenguas. Ganó el Premio Boris Vian en 1984.
Liliana Heer Se crió en Esperanza, la colonia agrícola que fundaron, a mediados del siglo XIX, inmigrantes suizo-alemanes y franceses, en un mundo de disciplina y rigor en el que primaba el estoicismo y no había palabras para lo subjetivo. Liliana Heer pronto adoptó la costumbre de escribir cartas para socorrer a sus amigos, y ese rol de auxiliar sentimental se desplazó al afán de entender algunas claves del funcionamiento humano.
Después llegaron los viajes, la confrontación con la sintaxis inglesa y el progresivo acercamiento al cine, para narrar un presente perpetuo y una memoria sin suturas. Fue secretaria general de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina, donde se abocó a la recopilación de material de escritores desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado, dirige el ciclo "Autopistas de la palabra", en la Biblioteca Nacional, es jurado permanente del Premio Boris Vian y ejerce el psicoanálisis.
Escribió guiones para cortometrajes, entre otros Dibujar un elefante en base al recuerdo de los mirlos, dirigido por Rubén Guzmán. Publicó Dejarse llevar (relatos, 1980), Bloyd (novela, premio Boris Vian, 1984), La tercera mitad (novela, 1988), Giacomo-El texto secreto de Joyce (ficción crítica en coautoría con J.C. Martini Real, 1992), Frescos de amor (novela, 1995), Verano rojo (poesía en prosa, 1997), Ángeles de vidrio (novela, 1998), Argentinian poetry: the written word re-cite (antología en coautoría con Ana Arzoumanian, en la revista libro Poetry Ireland Review, 2002), Repetir la cacería (nouvelle, 2003), Pretexto Mozart (novela, Alción, 2004), Ex-crituras profanas (antología personal, 2007) y Neón (novela, 2007).
Algunos de sus textos fueron traducidos al inglés, italiano, francés y serbio. Entre 2001 y 2003 se desempeñó como secretaria general de la SEA, y coordinó el material publicado en Palabra viva. Textos de escritoras y escritores desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado 1974/ 1983. En 1984 recibió el Premio Boris Vian por su novela Bloyd, y a partir de ese momento es jurado de dicho premio, creado durante la última dictadura como una forma de resistencia y oposición a las designaciones oficiales.
Ella dijo
Tempranamente aprendí que los hechos pueden ser objeto de varias lecturas. Así como Akutagawa confiere a cada uno de los personajes de Rashomon un relato distinto del crimen, comprobé que una misma situación traumática podía ser vivenciada de manera diferente. No obstante, un crimen es un crimen y aun dialectizada la historia, algo de la soledad del cadáver permanece vivo en el espectador. Travesía autobiográfica:
http://www.lilianaheer.com.ar/ Se dijo de ella
Darse a la lectura de Neón es implicarse con una escritura de filo irónico que bucea en el horror buscando en éste su escondida mueca cómica (...) Liliana Heer lo alcanza con una escritura blanca, exenta de aspavientos, que se mantiene impasible durante todo su desarrollo hasta el final. Esto le permite ver antes que mirar; decir antes que gritar; garantizar la fluencia, hacer sentir su pulso y su ritmo ralentados página a página. Una escritura, en suma, tan sospechosa de taimada como de perfección. Leónidas Lamborghini, en la contratapa de "Neón".
Liliana Heer despliega su escenario y sus escenas a la francesa, recuerda por momentos a aquellos planos y contraplanos de las obras teatrales que gustaba desplegar Marguerite Duras, interrumpidas por anotaciones, segmentos poéticos, reflexión sobre la misma obra que se está escribiendo. Liliana Viola, en "Página 12", suplemento Las/12, 4 de abril de 2008
Dentro de la inexplicable trama que modela el futuro de las relaciones humanas es posible encontrar en ciertos textos de ficción algunas claves que prefiguran el porvenir. Esto es lo que Liliana Heer nos brinda en Ángeles de vidrio, una novela shockeante con grandes hallazgos visuales, dominio literario y de género. Juan Jacobo Bajarlía, en "El Litoral, 15 de enero de 2000.
Cuerpo extraño [fragmento]
Cuando tenía accesos de furia, el premier encerraba a la niña en el sótano, ignorando el plano de la cárcel o exactamente al revés, creía a pie juntillas en el documento que le habían entregado junto a condecoraciones y prebendas en la ceremonia del nombramiento. Había desplegado ese cartón resquebradizo como quien posee el mapa de un tesoro y deposita en un dibujo la solución de todos los males.
Lo estudió para tenerlo en la memoria y no necesitar verlo más; estudió los cimientos, hizo cubrir el osario, mandó a tapiar la bodega, anuló pozos de agua, pero el sótano le trajo recuerdos y ante los recuerdos el premier actuó como un hombre cualquiera, se dejó llevar por el aspecto inocente de una habitación debajo de otra, el misterio de una oscuridad más oscura que la noche y creyendo en lo que veía, un espacio limitado por gruesas columnas, paredes de ladrillos sin revoque y decenas de elásticos vencidos, confiado en el rápido descenso, las luces intermitentes de faroles sostenidos por guardias inseguros que no dejaban de cuadrarse y entorpecer la dificultosa bajada, hizo un ademán pueril, levantó los hombros y ordenando cerrar la tapa, dijo: ¿A quién se le ocurriría pasar de una celda a otra?
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Ella cose el himen de la novia de los presos.
La habitación anexa al despacho del premier daba a una sala y la sala a un reducto equipado con un biombo, una camilla y una vitrina. La suma de objetos, algunos de los cuales habían sido trasladados del dispensario, y la veneración del hombre hacia esa zona de la cárcel eran prueba suficiente.
¿Qué otro fin podían tener las poleas, roldanas y argollas de las cuales pendían las piernas de la novia del rey?
El rey nunca existió; la novia era una contraseña de las mujeres dispuestas a entregarse a los guardias para que los guardias les permitieran entregar a los colonos ciertos bienes comúnmente censurados.
No era lana ni cuero, ¿pétalos?, ¿filamentos? Brillaba entre los dedos de la niña algo traslúcido.
Una línea continua de protestas salía de su boca por no encontrar el hilo de caucho transparente que el premier, cansado de escupir tabaco, enrollaba al extremo de un lápiz y se ponía a mascar. Fragmentos, texto publicado en la revista Apofántica, número 2, febrero de 2005.
Salmodia
Fotografías de una mujer alegre, libros, papeles, carpetas, el desorden de alguien que se mueve en el espacio como si el espacio fuera un cuerpo. Así me amó.
Estoy desnuda y actúan mis reflejos. Él murmura en voz baja mientras suspiro, hace de mi agitación un ritmo, lo contempla, le cautiva. Crío palabras no pronunciadas, las repito, utilizo mi boca para sofocar el desenfreno. Otro espesor corre por mi sangre: de arena, de agua no vertida. Pasan soldados a caballo, soldados con armas, las herraduras golpeando, crines al sol. Todos los músculos en vilo. El cuerpo: alas, multitud, exhalación, infierno. Rozan mis pezones sus vellos color cobre. Una brisa. Nado hasta el fondo del mar.
Después supe que la mujer de la fotografía solía contarle que los hebreos poseían un instrumento de cuerdas cuya forma está perdida y sólo conservan el nombre: macul.
¿Será el amor un instrumento en vías a desaparecer?
Fragmento de "Frescos de amor".
maravilla...
gracias María T por este respiro.
beso
Excelente entrada y excelente escritora.
un beso
Muy bueno. Hermosa misión, la tuya. Saludos
Fernanda García Lao