Libertad Demitrópulos
Nació en Jujuy, en 1922 y murió en Buenos Aires en 1998. Se recibió de maestra y, aunque de salud muy frágil (tuvo fiebre reumática y varias operaciones del corazón), a los 18 años comenzó a ejercer la docencia. A fines de los años 40, llegó a Buenos Aires, trabajó en el hogar escuela Eva Perón y conoció a Evita, sobre quien más tarde escribió una biografía. Estuvo casada con el poeta Joaquín Giannuzzi, con quien tuvo dos hijas.
Publicó Muerte, animal y perfume (Poemas. Agrupación Cultural Renacimiento, 1951/Ediciones del Dock, 2008), Los comensales (Novela. Testimonios, 1967), Poesía tradicional argentina (Huemul, 1972), La flor de hierro (Novela. Castañeda, 1978, Ediciones del Dock, 2004), Río de las congojas (Novela. Sudamericana, 1981/ River of Sorrows, White Pine Press, 1999/ Ediciones del Dock, 1996, varias reediciones), Eva Perón (Ceal, Buenos Aires, 1984), Sabotaje en el álbum familiar (Novela. Fundación Ross, 1984), Quién pudiera llegar a Ma-Noa (Crónica. Plus Ultra, 1986), Un piano en Bahía Desolación (Novela. Braga, 1994). Recibió el Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires 1981 y el Boris Vian 1997, ambos por Río de las congojas, considerada una novela clave de la literatura argentina. Organizó el Primer Congreso de Escritoras (Buenos Aires, 1988) e integró el jurado del Premio José Hernández, que entrega la Secretaría de Cultura de la Nación a autores nacidos en América latina, España, Brasil y Portugal.
Ella dijo"Muchas cosas se han dicho acá sobre el libro premiado y sobre mi literatura... juicios que yo tomo con los debidos recaudos porque no se puede salir tan trabajosamente de las garras de la muerte para caer ligeramente en los brazos de la vanidad... Nunca rondé los espacios del marketing ni frecuenté las pasarelas sociales ni las luces mediáticas. Soy una escritora solitaria, que sólo reconoce afinidades, parentescos literarios que debo agradecer". En la entrega del Premio Boris Vian, Librería Gandhi, 1997.
"Ni La flor de hierro ni Río de las congojas son novelas históricas, sino experiencias literarias en donde la dimensión histórica irrumpe sobre la imaginaria del presente a fin de explicar sus sentidos últimos y contradictorios y donde ambas aspiran a alcanzar otra más abarcativa: la dimensión mítica. El pasado está presente desde nosotros mismos y si lo recorremos descubriremos que está vivo como el carozo de la fruta". Entrevista de Nora Domínguez. Primer Plano. 29 de agosto de 1993.
Se dijo de ella
"El yo de Libertad viajó, mutó, se dispersó en historias de mujeres de distintas épocas, tierras, razas y clases sociales, mujeres que experimentaron las diversas peligrosidades de enunciarse con un yo: heroínas, criollas, españolas, indias, inglesitas engañadas. En esta construcción variada y dispersa se sostiene en parte el valor de su escritura". Nora Domínguez. Homenaje a Libertad Demitrópulos, a 10 años de su muerte.
"Leer a Libertad Demitrópulos es celebrar el lenguaje (...). Demitrópulos esculpe una ciudad, hace visible una época, recorre itinerarios perdidos, saturados de maltratos, decretos, injusticias: supuestas legalidades. Con esa materia destellante, (escribe) como si necesitara hacer de la ciudad y los hombres un molde para descubrir la silueta de ese inmenso Golem que es la historia de un pueblo". Liliana Heer, leído durante la entrega del Premio Boris Vian 1997, en la Librería Gandhi de Buenos Aires.
"Parados los tres (Demitrópulos, Giannuzzi, Pradelli) al pie de la escalera que lleva al laboratorio, Libertad me dijo que tenía prohibido subir y me preguntó si no había un ascensor. Le contesté que haría bajar a los alumnos y que buscaríamos otro lugar para hacer la entrevista, pero antes de terminar mi ofrecimiento, ella ya estaba encaramada, aferrándose a la baranda con su mano delgada. Le costó subir esos escalones de mármol y en el último tramo de la escalera buscó mi brazo. Pero ni bien entramos al laboratorio donde nos esperaban más de 150 alumnos me soltó. Me dijo que le gustaba tanto estar ahí. Tantos jóvenes, repetía mientras avanzaba por el pasillo para sentarse enfrente de los alumnos y parecía que todos esos estudiantes allí reunidos para escucharla alcanzaba para justificar el esfuerzo que había sido subir". Ángela Pradelli. Libro de lectura. Emecé, 2006
"Podemos decir que escribe iluminando lo que elige". Néstor Groppa.
La flor de hierro
(Fragmento)
Aristóbulo es el que periódicamente da cuerda al reloj de la plaza y después de podar los escuálidos rosales se dedica a esperar que pase el tiempo, para adelante, para atrás, un pasito del péndulo caminando para después del transcurrir, otro pasito deteniéndose en el recuerdo de las cosas que sucedieron cuando Medinas era un pueblo jovial, dado a las risotadas de chicos y grandes, acostumbrado a celebrar fiestas y saraos en salones brillantes y con un servicio de lunch contratado en la ciudad de San Miguel, que incluía una caterva de mozos y camareros que llevaban las bandejas con increíble destreza, causando la admiración de los mosqueteadores que desde afuera disfrutábamos de la fiesta más que los de adentro.
Al dar las doce el reloj de la plaza, la gente va desprendiéndose de la pereza proveniente del sol que cae castigando con su látigo a los indefensos faltos de sucedidos y esas otras cosas que a veces son necesarias para no aburrirse, y quién sabe si hasta la muerte no tendrá que jugar su papel de despertadora de letargos, mayormente si como sucede a veces hay que llamarla para que dé testimonio de la vida. Porque Medinas vive gracias a la muerte que viene en los coches fúnebres de la municipalidad del pueblo vecino, adornada con las flores amarillas del verano o con las estrellas federales arrancadas de las tapias ladrillosas. Llega levantando polvareda en los callejones cruzados de lagartijas que, en las siestas, revuelven la arena para un costado, para el otro, un estremecimiento que se hunde, otro que se levanta, y son las que llegan primero al cementerio para perderse entre el pasto que siempre por ahí está verde y crecido y no se sabe de qué, si aquí no hay agua más que la que mandan los del pueblo vecino a cambio de que los dejemos enterrar a sus muertos en nuestro cementerio.
En la plaza hace una hora larga que el opa Mafaldo está siguiendo el vuelo de las moscas de panza verde que le corretean por la oreja y deben decirle cosas que solamente él entiende porque mueve los labios como asintiendo y gustoso. Cómo será de gozador el opa que deja la sonrisa en la boca y ahí se le queda, babeando en hilitos que tienen burbujas que se inflan y revientan como los fuegos artificiales que tiran para la fiesta de la Merced.
Aristóbulo ya ha dejado la plaza a estas horas, sin terminar de limpiar los canteros, porque no soporta al opa que se sorbe las babas. Y si bien se priva de dejarlo estaqueado en el suelo debido a que es opa infradotado, no por eso deja de mostrarle un desprecio mayúsculo, para que quede bien sentado que en Medinas somos cuatro gatos pero no de la misma ralea. Y es claro, cómo van a ser iguales los descendientes del capitán encomendero de Acapayanta, don Gaspar de Medina, y un descosido cualquiera, uno de los que estaría adentro de los salones que otro que mosqueteaba entre la chamusquina. Eso es lo que no entienden muchos, cuando salen a dar la vuelta del perro por la plaza y se figuran que cualquier época del año es la fiesta de la Virgen que es cuando vienen tantos forasteros y corre el vino, y bailamos todos mezclados el tango y el chamamé, el gato y el bugui-bugui, la pachanga y el malambo y hasta se puede dar el caso de que venga contratado Palito Ortega y esté en carne y hueso acá en Medinas. Pero hay que saber distinguir que una cosa es que para la fiesta de la Merced nos olvidemos de nuestros malestares y diferencias y otra muy distinta cuando quedamos sólo los que estamos, es decir, los cuatro gatos de siempre.
Cuando era la encomienda de Acapayanta o Acapianta, había mucha gente en Medinas entre los indios encomendados, los hijos, las nueras y los nietos del capitán, más los vecinos que iban formando el pueblo. Tanta gente hubo que era una delicia vivir aquí, según me contaba mi abuelo a quien le supo contar el suyo. Hicieron un gran cementerio pensando que albergaría a muchísimos muertos. Pero se han muerto casi todos y nos sobra lugar. Imaginaron que Medinas se volvería como un gran hormiguero o mejor habrán pensado que sería un mariposero y ¿adónde habrían de irse a consumir esas multitudes sino a un gran cementerio? En cambio el del pueblo vecino ya se ha llenado de bote en bote y precisan la tierra para sembrar caña. Y nos los traen aquí:
—Mañana habrá agua. Preparen las tinajas y lugares.
—¿Quién murió, señor intendente?
—Esta vez es un ricacho. A prepararse, pues.
—¡Albricias! Muerto tenemos. Requiescat in pace...
Y nos preparamos alegremente para escuchar también el canto del agua corriendo por las acequias.
Así es Medinas. Un lujo triste. Un rescoldo ceniciento. Un orgullo entumecido.
Ediciones del Dock http://www.deldock.com.ar/
http://www.audiovideotecaba.gov.ar/areas/com_social/audiovideoteca/literatura/demitropulos_bio_es.php
*Libertad Demitrópulos. Foto familiar, gentileza de Jorge Brega.
Ver la nota en el diario La Voz del Interior
La escritora solitaria , eterna admiración , por tus pasos , gracias .