Susana Szwarc - Szwarc dice

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 Szwarc dice  

El mismo día que iba a conocer a Susana, hace ya varios años, tomo un taxi y el taxista me cuenta que está ensayando una obra de teatro basada en la novela de una poeta nacida en el Chaco, que la obra se llama Trenzas pero que no sabe decirme el nombre de la autora. Yo se lo recuerdo. El se sorprende y el azar cruje, dice Amalia Sato, directora de la revista Tokonoma, donde Szwarc colabora. El azar cruje es el título de un libro de cuentos de Szwarc, más conocida en Córdoba por su obra poética. No hace mucho, en una nota sobre Sara Gallardo titulada Una palabra pegada al silencio, el periodista Juan Fernando García, recordaba a los lectores algunas gemas  olvidadas de la escritura de mujeres en los noventa: Río de las congojas, de Libertad Demitrópulos, Aire tan dulce, de Elvira Orpheé y Trenzas, de Susana Szwarc, breve novela de climas rulfianos que logra captar la atmósfera de su Chaco natal y de otros sitios del país profundo, como una suerte de Comala nuestro.  A esa novela le siguieron delicados libros de cuentos, el ya  nombrado El azar cruje y Una felicidad liviana, del que compartimos dos breves.

 Susana Szwarc nació en Quitilipi, Chaco. Publicó la novela Trenzas (Legasa 1991), los libros de cuentos El artista del sueño y otros cuentos (Tres Tiempos, 1981), El azar cruje (Catálogos, 2006) y Una felicidad liviana (Editorial Fundación Ross, 2007), la antología personal La mesa roja (IMFC, 2012), los libros para niños Había una vez una gota (El Quirquincho, 1996),  Había una vez un circo (El Quirquincho, 1997) y Tres gatos locos (Secretaría de Cultura del Chaco, 2010) y los poemarios En lo separado (Último Reino, 1988), Bailen las estepas (De la Flor, 1999), Aves de paso (Cilc editorial, 2009),  Bárbara dice/ Barbara dit (Alción, 2004/ Abra Pampa Éditions, 2013).  Como antóloga, editó Cuentos ecológicos (en colaboración con Adolfo Colombres, IMFC y Unesco, 1996) y Mujeres 3, Visiones en el siglo XX (IMFC, 1998), escribió obras de teatro y la ópera No camines en el barro, compuesta por Cristian Varela y estrenada en Carlos Paz en 2011, se basa en un cuento de su autoría. Recibió, entre otros, el Primer Premio Nacional Iniciación de Poesía (1987), Premio Unesco (Buenos Aires, 1984), Premio Fundación Antorchas a la Creación Artística (1990); Premio Xicoatl de cuento (Salzburgo, Austria, 1994), Premio Único de Poesía, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (bienio1998-1999), Mención en el concurso internacional de cuentos Julio Cortázar, 2003, algunos de sus cuentos y poemas fueron traducidos al inglés, rumano, alemán, catalán y chino-mandarín.
    

Se dijo de ella
Espesa textura que forma una escritura nada común. Rodolfo Modern. La Gaceta de Tucumán, 30/5/92, a propósito de Trenzas.

Szwarc toma un modelo de rela­to tradicional para mortificarlo y exhibir lo imposible. Mónica Sifrim. Clarín, mayo 1992

Susana Szwarc recurre al teatro con una técnica magistral de cajas chinas para incrustar relatos dentro del relato que se vuelven infinitos como juegos infantiles, como el cuento materno contado una y otra vez. Beatriz Vignoli. Página/12, Rosario. 6 de julio de 2011.


 Ella dice


Creo, hoy, en este bar de Quitilipi, que nacemos escritos. Que hay quienes  modificamos esa escritura y quienes la continúan. El que la modifica (traiciona fielmente o traduce errante), podría “llamarse” escritor/a. O poeta, palabra que “atiende” a todos los sexos.

¿Por qué escribir? Tal vez le escritura sea una forma de la respiración, una destilación más del cuerpo, un desplegarse en la tierra fresca.

En mi caso, haber nacido de padres sobrevivientes de la segunda guerra, que llegaron y se encontraron en la Argentina y (porque sí), en Quitilipi, dejó huellas en mí (en mi escritura). No aparecen citas en francés o inglés, pero aparece el idish (que mucho tiene que ver con el alemán antiguo) y el guaraní, lenguaje poético-científico de los “desterrados”, cosecheros-golondrinas.

Tal vez el azar sea ordenado. Tal vez no sea metódica pero insisto en “la corrección”. Y me gusta la mirada de otros. Incluso en una lectura, me gustaría que algún escucha interrumpiera y “me avisara”: esa palabra, por ejemplo, cambió “el color”. O “desentona”. Entonces, yo volvería a pensarlo (una y otra vez).

Fragmentos de una entrevista realizada por Elio Aprile para la revista Transiciones Nº 44, agosto 2012


Versiones
  
     Los tres tenían voces privilegiadas, como un impulso de pájaros diferentes. Les gustaba cantar. La madre les dijo –una sola vez – que algo especial, algún dios si creyeran, había entrado en sus voces y que había ahí algo tan perfecto que ningún espectáculo podía hacerse con eso, que ninguna persona deshonesta debía pagar por esas voces y que toda persona que se pagaba la comida en abundancia era todavía deshonesta. Pero que pronto, alguna vez, las cosas serían diferentes, y sus voces se escucharían en la claridad, desesperantes, necesariamente hermosas.
     Entonces cantaban en sus trabajos. Ellos, mientras hacían la argamasa, por ejemplo, y ella cuando barría o lavaba la ropa de sus patrones. Cantaban en su propia casa, por las veredas, por los barrios de Santa María, en las madrugadas. Y algo de esa belleza se filtraba –siempre- en la casa de los ricos.
     La madre, Amada –ése era su nombre - era cosechera golondrina. No es que le sea necesario irse, decían sus hijos, ahora que todos trabajamos. Sin embargo, llegaba la época y ella no podía quedarse, como si trabajar al sol, recibirlo sobre su espalda, le fuera más necesario que cualquier otra necesidad.
     Los hijos tenían sobre esa costumbre versiones diferentes. José decía que ella iba cada temporada con la esperanza de encontrar al padre, al de ellos, o todavía más, al de ella. David decía que era para estar más tranquila, juntar unos pesos y, sobre todo, porque le gustaban los reencuentros, las sorpresas, ¿qué cosecheros, qué golondrinas habría esta vez? Lucía pensaba que se iba por ellos, que para soportar tanto amor debía alejarse.
     También del padre contaban cosas diferentes. José decía que había muerto agobiado por las torturas de Aresma. David decía que murió acuchillado en un baile de carnaval. Lú decía que se fue, y ellos habían llorados unas lágrimas que no habían sido alimentadas, que siendo muy viejito iba a regresar. Y hablaban los tres de uno.

Abril                         
   
     ¿Jugábamos a las escondidas? Él decía, aunque ella también.  Muchas veces decían: no te quiero perder. Claro, de plaza en plaza, de andén en andén, los lugares parecían escondites. Pero no eran eso sino espacios para el aire, alguna sombra para el descanso o el sueño, rincones para evitar la lluvia, y el blockbuster para ver algún video. Por lo general había que mirar las películas que pasaban, novedades, dramas, terror, suspenso.
     Suspendida me quedaba, también me dormía. Muchas veces tenía ganas de compartir fragmentos de películas con él o con ella, pero estaban en algún lugar sin querer perderme.
       Paula consiguió trabajo en el blockbuster de Aráoz. Ella estaba allí de tarde, hasta las doce de la noche. Era el mejor horario. Entonces, a veces, poníamos películas que nos gustaban a las dos. Por ejemplo la de Bergman: Saraband. Discutíamos después de llorar por esos personajes, tanto cinismo, tanta desolación. Y el tiempo que había pasado, el tiempo que los había vuelto mucho peores. Esa era parte de la discusión: ¿se habían vuelto peores o siempre fueron peores? Y también si había habido incesto, ese padre y esa hija descansando en una cama juntos. Yo le decía que no era ni un poco de incesto. Que en los lugares de mucho frío la gente necesitaba amontonarse, pero también en los lugares de calor, que había que escuchar alguna respiración ajena para saber que la vida alcanzaba. Paula decía que a veces sucedía justo al revés, que se necesitaba estar muy lejos del otro porque no daban las fuerzas para andar queriendo.  Creo que las dos teníamos razón.

      ¿Me había escondido  sólo porque ellos no me buscaban?
-No te quiero perder- repetían cuando me veían en alguna parte. Y las palabras venían entre las palabras, me daban miedo. Me quedaba por horas en el mismo umbral, me parecía que así  facilitaba las cosas. Pero era mejor olvidarse del miedo y volvía al blockbuster.
-Paula, ¿me das un cigarrillo?
-Aquí no se puede fumar así que dejé.
-Ah
-¿Querés ver alguna peli?
-Sí,creo que estoy para El globo rojo.
     La película no estaba. Tratamos de recordarla.
-Esa película me dio siempre mucha tristeza, creo que nunca la entendí. En la infancia me parecía una historia cruel.
- Un globo siguiendo un día y otro y otro, a un chico en bermudas en algún lugar de Francia. No podía dejar de mirar esperando que el globo se desinflara. Pero los días y las noches pasaban y el globo seguía igualmente rojo y redondo.
-Ni siquiera era un globo ovalado.
-Hasta que unos chicos comenzaban a perseguir al chico en bermudas.
-Quizás ni siquiera lo perseguían.
-Es que el chico se ponía a correr y  cuando alguien se pone a correr los demás no pueden hacer otra cosa que apurarse.
-Los supuestos perseguidores le quitaban al chico de bermudas su globo y lo pisaban. Lo más raro es que al desinflarse –muy despacio –se volvía anaranjado.
        Paula tuvo que ir a atender, unos clientes se llevaban una de terror. Y a mí me volvió el terror de que me perdieran. Quería hablar con Paula pero llegó la jefa, me fui a la placita de enfrente. Faltaba poco para la medianoche.

         El calor me adormeció. En el entresueño seguí recordando “el globo rojo”.
        Vi al chico en bermudas, un rubito, que miraba con ojos de asombro, ¿o yo le distorsionaba la mirada? Tal vez él estaba acostumbrado a que le pisotearan sus juguetes.
   

      Del entresueño me despertó Paula.
-Vamos- me dijo.
-Me acordé de toda la película.
-Yo no me acuerdo el final, creo que el chico se pierde.
-No es eso, es que no lo buscan.
-Igual  no importa, ya ni se consigue esa peli.Vamos, dale.
-No quiero, no tengo fuerzas.
-Mirá, un globo.
-No mientas.
-Está bien, pero juguemos al menos un rato a las escondidas.
     Cada una empezó a caminar para otro lado. Al rato dejamos de escuchar la respiración ajena, como globos desinflados. 


De Una felicidad liviana (Editorial Fundación Ross, 2007),   


IRMA VEROLÍN

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La disyuntiva en arte es siempre qué se mantiene y qué se innova y en esa línea delgada nos movemos, dice esta escritora en cuya obra la voz narrativa, siempre eficaz y conmovedora, es una voz impregnada por la melancolía. Las pérdidas familiares, el sentimiento de orfandad no ya solo como tema sino como una espiritualidad que se instala, construyen su sello de agua, junto a un tono que ella vincula con el ritmo de la respiración corporal. Sus novelas y cuentos giran en torno a núcleos emotivos inasibles, que dificultan o impiden a sus personajes el paso al acto y en sus relatos siempre íntimos, ingresan como un mar de fondo, las grandes cuestiones sociales. Así, lo ambiguo, lo elusivo es el camino para entrar en vidas que parecen condenadas al desamor, con un lirismo que pone distancia del lugar común, del ripio, del grito y de la risa, para que nada sobresalga ni desentone, para que el narrar fluya sin intermitencias, vaya acunado en su propia cadencia hacia lo que late misterioso, insondable.


IRMA VEROLÍN
Nació en 1953 en Buenos Aires, donde reside. Obtuvo los premios Emecé, Fondo Nacional de las Artes, Encuentro de escritores patagónicos, Municipal Eduardo Mallea, Internacional Horacio Silvestre Quiroga e Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés Matos y fue finalista de los premios Planeta Argentina de novela, Premio Fortabat y Premio Novela del diario La Nación. Publicó los libros de cuentos Hay una nena que gira (Torres Agüero, 1988), La escalera del patio gris (Ediciones Último Reino,1997), Una luz que encandila (Premio Ciudad de El Colorado, Formosa, 2010), Una foto de Einstein tocando el violín  (Ediciones EM), Bs. As. 2012 (Primer Premio IX Concurso Nacional Macedonio Fernández  de narrativa) y las novelas El puño del tiempo  (Emecé, 1994) y  El camino de los viajeros (Primer Premio Mercosur de Novela 1997, Editorial UNL, Santa Fe 2012), y para niños y jóvenes La gata sobre el teclado (Aguilar/ Alfaguara,  1997),  La lluvia sobre el mundo (El Ateneo, 1998), La fantástica familia Fursatti (Métodos, 1989),  El misterio del loro  (Braga,1993) y La casa del cedro azul (con Olga Monkman, Métodos, 1992), entre otros. Ha escrito también  la novela La mujer invisible, con la que obtuvo el Premio Eduardo Mallea, que permanece inédita. Es Maestra de Reiki, autora de ensayos literarios y de trabajos sobre autoconocimiento, apertura de la conciencia y calidad de vida.

Se dijo de ella:
Irma Verolín ha escrito un contratexto que es el habla y la escritura de las mujeres… Ella ha revisado su propia vida y se puso el espejo de las vidas de todas las mujeres de su historia personal. Y para hacer esto, naturalmente, se necesita audacia. Libertad Demitrópulos. Presentación de Hay una nena que gira, Liberarte. Buenos Aires, 1988.
La literatura de Irma Verolín camina por el filo preciso de un cuchillo que separa la realidad de la ficción. El uso de la primera persona –frecuente en su universo literario- convence al lector para pactar con la magia de la historia narrada, y lo instala en el centro de los acontecimientos. Enrique Solinas. http://elincendio.blogspot.com/

Ella dijo:
Me crié en un barrio, Floresta, en el que la cultura no era muy cotidiana. Pero yo tenía una tía actriz que apareció en medio de esa especie de suburbio y vino de no sé dónde y me llevó al teatro. Y de golpe como las mujeres del tango, aparecí en el centro de Buenos Aires entre los bastidores del teatro San Martín. Los primeros textos que percibí fueron textos que me llegaron oralmente, los grandes textos: Lorca, Chejov, Ibsen y mucho del grotesco criollo. Toda esa lírica del gran teatro yo la mezclaba con el barrio, la señora con ruleros. Entrevista con Canela. Centro Cultural Recoleta, 1 de octubre de 1994.

La palabra tradicionalmente está peleada con el camino espiritual porque la experiencia espiritual no se puede  traducir mediante el lenguaje, es como afirmaban los místicos medievales, intransferible….He ido y venido desde la palabra al silencio y viceversa montones de veces. .. El camino espiritual, además de modificar mi visión del mundo, me replantea constantemente el valor de la palabra en una sociedad donde la palabra se malgasta y se vende muy barata...  Diciembre 2010. Teleconferencia con Dr. Rebecca Ulland /University in Marquette, Michigan, U.S.A

     
 El camino de los viajeros Fragmento. 
A veces pienso que viajábamos no para escapar de esos días chatos ni para vivir en la transitoriedad sino porque sinceramente creíamos que existía el final del camino. O al menos una parte de nosotros conservaba la ilusión de que sobre esta tierra había un lugar que equivalía al Paraíso. Es factible que alguna memoria ancestral nos empujara a emprender ese trayecto hacia la cuenca vacía, hacia ese sitio sin nombre que buscábamos afanosamente cuando mirábamos un mapa. Los puntos rojos de las ciudades no nos llamaban la atención ni nos incitaban a mirar por detrás queriendo averiguar si, en el reverso o más allá del reverso, se replegaba ese final que adivinábamos de una manera confusa. Entonces desplegar el mapa indicaba el principio de la búsqueda de un tesoro. Y las islas perdidas eran un punto infinitesimal, tan liliputiense que nuestros ojos ávidos sólo descubrirían luego de trasladar el esquema del mapa al escenario del mundo. Ese pasaje obligado de descifrar primero un mapa para después constatar su veracidad llevando el cuerpo por el mundo, me retrotrajo en varias ocasiones al pizarrón negro de la escuela secundaria. Las fórmulas algebraicas eran ininteligibles, pero la monja, que se había recibido con honores de profesora de matemáticas en Italia, insistía en su futura aplicación y nos juraba y perjuraba su incuestionable practicidad. Alguna vez nos había dicho que esas equis y esas íes griegas seguidas de tanto número absurdo bastaban para medir el tamaño de una montaña. Me costaba aceptar aquello; en el fondo nunca le creí a la monja, que terminó regresando a Italia porque una carraspera fue seguida por una intensa tos y luego por una neumonía. En el fondo yo pensé que era un castigo por decir tantas mentiras. La misma perplejidad sentía yo cuando, no bien llegábamos a algún sitio, Marcos, sonriente, desplegaba una vez más el ajado mapa y señalaba con su dedo aquel intento de restringir el mundo a la chatura geométrica, a un declive de líneas celestes y ondulantes o a una cantidad de puntos rojos. Repentinamente me acordaba de la monja y la imaginaba en un monasterio tosiendo y tosiendo, penosamente, sin cesar. En el extremo superior derecho, el ajado mapa que Marcos desplegaba y plegaba como las velas de un barco, tenía el dibujo de una veleta. Los cuatro puntos cardinales eran cuatro extremos que nos hundían en la angustia. Hacia dónde ir. ¿Hacia el calor?, ¿hacia el frío?, ¿hacia el océano o la selva? La línea firme que separaba una nación de otra me despertaba temblores. Los guiones que marcaban el final y el principio de una provincia me retrotraían a las conocidas entonaciones y a los chistes del lugar. Jamás podía pensar en un árbol, en un clima o en un paisaje. Tantas veces sentí lo mismo que tuve que aceptar que allí estaba mi sello de la ciudad. Veía sólo construcciones, espacios demarcados, fechas y nombres. Nada que estuviese vivo se adelantaba en mí al contemplar el mapa. Todo era cultura ante mis ojos anticipados, no adivinaba ni siquiera lejanamente a la naturaleza. Así que se me ocurrió especular que tal vez eso me impedía ver el monte como era en realidad: un espacio entregado enteramente a las leyes de lo natural. Quizá la prueba o el desafío mayor había sido tener que entreverarme en ese código inusitado. También —no era nada improbable— mi rechazo al agua explicaba mis incomprensiones. Una vez uno de los hombres que solíamos levantar en la ruta, un buceador submarino, nos aseguró con un tono de voz sentenciosa, que la gente que rehúye el agua es gente que no ama la vida. De más está decir que no volví a dirigirle la palabra en todo el viaje, y sólo lo hice en el momento en que descendió del coche y nada más que para indicarle que cerrara bien la puerta. Si el monte se me presentaba como un garabato se debía a que miraba con ojos de ciudad aquello que exigía un enfoque nuevo. Me hubiera gustado arrancarme los ojos para entrar en el monte, arrancármelos en todos los sentidos de la palabra, lo que no hubiese sido más que un gesto absolutamente literario que hubiera acusado mi profunda ligazón a la cultura, a ese repertorio conocido de saberes que se reiteran una y otra vez con voces y formas. Lo natural, al menos en el monte, tiene más de sorpresa que de repetición y al parecer yo no estaba dispuesta a aceptarlo, por eso insistía en no comprender. Con el tiempo llegué a establecer alguna relación entre los arranques furibundos por viajar y nuestra vida de todos los días. Cuando yo lograba aceptar que me encontraba situada a medio camino entre mi alma y mi cuerpo, sentía el impulso loco de hablar de un viaje. Por lo general trataba de olvidar ese desencaje mío, esa constante necesidad de quitarme el cuerpo de encima recurriendo al vestido oloroso que colaboraba malamente. Por entonces mi única estratagema conocida para sacudirme el alma del cuerpo era viajar. Tenía el total convencimiento de que los viajes me daban esa sensación única de que mi cuerpo y mi alma se separaban. Así lograba ser sólo cuerpo, al menos por un rato.





Malditas mujeres - Angélica Gorodisher

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“Hay escritores que se enamoran de sus personajes y les apena dejarlos. Yo no, cuando se acerca el final quiero que se vayan de una vez. No me siento vacía porque siempre hay otros esperándome por ahí”, dice Angélica Gorodischer, quien con ironía y desparpajo puede pasar de la novela al cuento y de la ciencia ficción al realismo o al más desopilante ejercicio del humor. Su abanico temático incluye diversas exploraciones del género fantástico, el relato feminista, el género policial, la narración erótica, la biografía y la novela histórica; con ellos pone en jaque prejuicios sociales, raciales, de género y cuestiona también los límites de los géneros literarios.
Las mujeres son sus personajes preferidos, particularmente las de la pequeña burguesía. Sus libros de ciencia ficción, por los que alcanza máximo reconocimiento, han sido desde su nacimiento objeto de culto y se consideran puntales de la narrativa fantástica moderna. Se la estudia como escritora de ciencia ficción, como escritora que hibrida géneros literarios y como escritora de género, en el estante dedicado a las feministas, pero su obra excede y escapa de esos casilleros y de eso, por supuesto, también se ríe ella.
Angélica Gorodisher
Nació en Buenos Aires en 1928 y desde 1936 vive en Rosario. Cursó estudios en la Escuela Normal No. 2 de Profesoras en Rosario y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral. En 1964 ganó un concurso de la revista Vea y Lea con el cuento “En verano, a la siesta y con Martina”, y desde entonces ya no se detuvo. Aunque publicó libros muy diversos y el humor está muy presente en su obra, es más conocida fuera de nuestro país por su obra de ciencia ficción, género en el que se la considera una de las voces más importantes de Iberoamérica. Publicó las novelas Opus dos(Minotauro, 1966), Kalpa Imperial (Minotauro, 1984/Emecé, 2001),Floreros de alabastro, alfombras de bokhara (Emecé, 1985),Jugo de mango (Emecé, 1988/1995), Fábula de la virgen y el bombero (Ediciones de la Flor, 1993), Prodigios (Lumen, 1994), La noche del inocente (Emecé, 1996), Doquier (Emecé, 2002),Tumba de jaguares (Emecé, 2005), Tres colores (Emecé, 2008) y los cuentos y relatos Cuentos con soldados (Club del Orden, 1965), Las Pelucas (Sudamericana, 1969), Bajo las jubeas en flor(Ediciones de la Flor, 1973), Casta luna electrónica (Andrómeda, 1977), Trafalgar (El Cid, 1979), Mala noche y parir hembra (La Campana, 1983), Las Repúblicas (Ediciones de la Flor, 1991),Técnicas de supervivencia (Ed. Municipal de Rosario, 1994),Cómo triunfar en la vida (Emecé, 1998), Menta (Emecé, 2000) y la antología Esas malditas mujeres: antología de cuentistas latinoamericanas (selección y prólogo, Ameghino, 1998).
Kalpa Imperial fue traducida al inglés por Ursula K. Le Guin comoThe Greatest Empire That Never Was (Small Beer Press, 2003) yFloreros de alabastro, alfombras de bokhara, al alemán por Marion Kappel como Eine Vase aus Alabaster (Orlanda Frauenverlag, 1992/Fischer-Taschenbuch-Verlag, 1997). Obtuvo, entre otros, el Premio Más Allá 1984, Premio Emecé 1984-85, Premio Sigfrido Radaelli, Club de los XIII 1985, Premio Konex de Platino 1984, Premio Dignidad de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos 1997, Premio Esteban Echeverría 2000, Premio ILCH, California, 2007, por su obra completa. Es Ciudadana Ilustre de Rosario. En 1998, 2000 y 2002 organizó en su ciudad los encuentros internacionales de escritoras.
Se dijo de ella
“Angélica Gorodischer es una de las voces más originales de la narrativa argentina. No sólo por el color particular de su escritura, caudalosa y barroca, sino por sus rasgos de humor y el volumen de su imaginación. Griselda Gambaro”. Contratapa de Mala noche y parir hembra.
Tumba de jaguares no es sólo la última novela de la prolífica Angélica Gorodischer, sino uno de los puntos más altos de su arte poética. La política de los ’70 y el compromiso literario se cruzan en un deslumbrante juego de relatos dentro de relatos”. Guillermo Saccomanno. Radar Libros. Domingo 25 de septiembre de 2005.
“Sus grandiosas imágenes sobre un imperio milenario se nutren en parte del legado europeo en el Nuevo Mundo, como sombras chinescas de fuerzas pavorosas y poder irracional, decadencia y esplendor, corrupción, violencia y el inextinguible anhelo de libertad”. Ursula K. LeGuin, traductora de Kalpa imperial al inglés.
Ella dijo
“Oigo una y otra vez voces de censura contra los talleres literarios y contra los círculos de señoras que escriben. De los talleres podemos hablar en cualquier otro momento: lo que quiero hoy es ocuparme de lo otro, de las señoras que escriben. Dije señoras, no dije escritoras. Veamos. Dale Spender se preguntó una vez en dónde estaban y quiénes eran las madres de la novela. Porque hablan eruditos señores, agudos ensayistas, sesudos historiadores, sólo de los padres de la novela. Entonces, ¿no tuvo madres la novela? ¿Nació como Atenea de la cabeza de Zeus, armada y a los gritos? ¿O Metis en este caso sobrevivió? Y si lo hizo, ¿en dónde están esas madres de la novela?”.
“Escribir entonces, hacer literatura, implica un doble trabajo de identificación y de colectivización: el trabajo de la igualdad en la diferencia, la tarea rampante de remontar la letra hasta la cima de su difusión como lengua de cultura; la que nos dé la ilusión, el propósito de llegar a encontrar una palabra secreta y única, primera y última, que nos abra la comprensión de la Torre en la que,
a pesar de prejuicios, dictaduras, pestes, hambrunas y guerras, seguimos obstinadamente viviendo. Escritura literaria: La vera historia”.
Congreso de la lengua. Rosario, 2007
Cuento
La resurrección de la carneTenía treinta y dos años y hacía once que estaba casada y se llamaba Aurelia y una tarde que era de sábado miró por la ventana de la cocina y vio en el jardín a los cuatro jinetes del Apocalipsis. Hombres de mundo, los cuatro jinetes del Apocalipsis. Y bellos. El primero empezando de este lado montaba un alazán de crines oscuras: estaba vestido con breeches blancos, botas negras, chaqueta granate y un fez amarillo con pompones negros. El segundo tenía una túnica sin mangas recamada en oro y violeta y estaba descalzo: cabalgaba a lomos de un delfín gordo. El tercero tenía barba, una barba negra, cuadrada y respetable: se había puesto un traje gris príncipe de Gales, camisa blanca, corbata azul, y llevaba un portafolios de cuero negro: estaba sentado en una silla plegable sujeta con correas a la joroba de un dromedario canoso. El cuarto hizo que Aurelia sonriera y que se diera cuenta de que ellos le sonreían: montaba una Harley-Davidson 1200 negra y plata y vestía de negro y calzaba botas negras y guantes negros y llevaba un casco blanco y antiparras oscuras y el pelo largo y rubio y lacio flotaba en el viento a sus espaldas. Corrían los cuatro en el jardín sin moverse de donde estaban, corrían y le sonreían y ella los miraba por la ventana de la cocina. De modo que terminó de lavar las dos tazas de té, se sacó el delantal, se arregló el pelo y se fue al living.
–He visto en el jardín a los cuatro jinetes del Apocalipsis –le dijo al marido.
–Mirá vos –dijo él sin levantar los ojos del diario.
–Qué estás leyendo –preguntó Aurelia.
–¿Hmmmm?
–Digo que les fueron dadas una corona y una espada y un denario y el poder.
–Ah, sí –dijo el marido.
Y después pasó una semana como suelen pasar todas las semanas, muy despacio al principio y muy rápidamente hacia el final, y el domingo a la mañana mientras ella preparaba café, vio por la ventana a los cuatro jinetes del Apocalipsis en el jardín pero cuando volvió al dormitorio no le dijo nada al marido.
La tercera vez que los vio, un miércoles, sola, por la tarde, estuvo mirándolos durante media hora y finalmente, como siempre había querido volar en un aerostato amarillo y colorado, como había soñado con ser cantante de ópera, amante de un emperador, copiloto de Ícaro, como le hubiera gustado escalar acantilados negros, reírse de Caribdis, recorrer las selvas en elefantes con gualdrapas púrpuras, arrancar con las manos los diamantes ocultos en las minas, vivir bajo el agua, domesticar arañas, asaltar trenes en los túneles de los Alpes, arengar multitudes, incendiar palacios, abordar los puentes de todos los barcos del mundo, finalmente, como era tristemente estéril ser adulta y razonable y sana, finalmente ese miércoles sola por la tarde se puso el vestido largo que había usado en la última fiesta de fin de año de la empresa en la que su marido era subjefe de ventas, y salió al jardín. Los cuatro jinetes del Apocalipsis la llamaron y el muchacho de la Harley-Davidson le tendió la mano y la ayudó a subir al asiento de atrás y allá se fueron los cinco rugiendo en la tormenta y cantando.
Dos días después el marido se dejó convencer por la familia y los amigos e hizo la denuncia de la desaparición de su mujer.
–Moraleja –dijo el narrador–: la locura es una flor en llamas. O, en otras palabras, es imposible inflamar las cenizas muertas, frías, viscosas, inútiles y pecaminosas de la sensatez.
Tomado de Mala noche y parir hembra. Héctor Dinsmann Editor, Buenos Aires, 1997

Patricia Suarez -

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Esta narradora y dramaturga de frondosa producción y notable manejo del humor, acreedora de numerosos premios, incansable buscadora de rarezas literarias, explora la palabra en todas sus dimensiones, desde la novela o el cuento hasta la dramaturgia, sin privarse de la poesía, los libros para niños o las comedias románticas por entrega para teléfonos celulares
desde que, en 2005 y 2006, Movistar lanzó dos novelas suyas por SMS. Su versatilidad para contar historias en distintos formatos y para gente de todas las edades, parece no tener límites.
Afirma que escribe sin disciplina, azotada por momentos de creatividad y que, si escribir la angustia, es porque el material está vivo.

Patricia Suarez
Nació en Rosario en 1969. Hija de un matrimonio mixto, recibió educación religiosa judía, católica y metodista Hizo estudios de Psicología y Antropología en la Universidad Nacional de Rosario y de dramaturgia con el maestro Mauricio Kartun. En 1994, conoció al escritor Elvio Gandolfo, quien la animó a escribir, ese mismo año publicó su primer cuento en la revista V de Vian y en 1997 recibió el Premio Haroldo Conti para Jóvenes Narradores de la Provincia de Buenos Aires y el Premio Monte Ávila por el cuento para niños Historia de Pollito Belleza. Publicó las novelas Aparte del Principio de la Realidad (Editorial Municipal de Rosario, 1998) Perdida en el momento (Premio Clarín de Novela 2003), Un fragmento de la vida de Irene S. (Colihue, 2004), Álbum de polaroids (La fábrica, 2008), Causa y efecto (Punto y Aparte, 2008) y Lucy (Plaza y Janés, 2010), los libros de cuentos Rata Paseandera (Bajo la Luna, 1998), La italiana (Ameghino, 2000) y Esta no es mi noche (Alfaguara, 2005), los libros de poemas Fluido Manchester (Siesta, 2000), Late (Alción, 2003) y Secreto desencanto (Vox, 2008) y numerosos libros para niños, entre los que se encuentran Historia de Pollito Belleza (Monte Ávila, 1999), El Cochero Rata (UNL, 2003), Habla el Lobo (Norma, 2004), Amor Dragón (Alfaguara, 2007), Habla la Madrastra (Norma, 2009) y la novela Las memorias de Ygor (Colihue, 2004). En 2005 y 2006 la compañía Movistar lanzó por SMS dos comedias románticas para adolescentes: Switch y Bonus Track, convirtiéndola en la primera escritora latinoamericana de novelas para celular. Como dramaturga escribió, entre otros, Valhala, la trilogía Las polacas, (Premio Fondo Nacional de las Artes 2001, nominada al Premio Trinidad Guevara), La Varsovia (Premio Instituto Nacional de Teatro 2001), Edgardo practica, Cósima hace magia (premio Scrittura de la Differenza), Roter Himmel (Premio Argentores a la Producción 2005),  La Bambola (Premio del Instituto Nacional de Teatro, 2007), las dos últimas escritas junto a María Rosa Pfeiffer. Recientemente estrenó La tarántula dirigida por Héctor Oliboni en el Teatro del Pueblo y Negra leche del alba bajo la dirección de Corina Fiorillo en el Teatro Tadrón. Entre innumerables distinciones, recibió el Premio Fondo Nacional de las Artes, el Premio Instituto Nacional de Teatro, el Premio Secretaría de Cultura de la Nación (2001), el Premio Clarín de Novela (2003), el Premio Argentores y los premios Revista Cosecha Ñ, 2007 y Mario Vargas Llosa NH de Relatos, 2005.

Se dijo de ella
… En los relatos de Suárez, las voces de las niñas parecen aportar no sólo los materiales imaginarios sino también el tono y el lenguaje de la ficción. Un poco al modo de esos juegos en que las chicas toman el té en tacitas invisibles y charlan animosamente como si fueran adultas, aquí las frases se demoran, burbujean, intrigan en el paladar con el fin de prolongar el ritmo de la narración o de regodearse en la mentira.  Walter Cassara, La Nación, Buenos Aires, 25 de septiembre de 2005.

La novela (Perdida en el momento) juega con un fenómeno frecuente en las narraciones escritas por inmigrantes: la extrañeza lingüística. De allí las oscilaciones de un idioma a otro, entre castellano e inglés, o la inclusión de regionalismos del castellano. Pablo Ingberg, La Nación, Buenos Aires, 22 de febrero de 2004.


Ella dijo

Cuando converso con alguien anoto mentalmente diálogos, historias posibles: todo me parece escribible. No lo puedo evitar. Mi cerebro se formateó así. Un personaje de Somerset Maughan en  La luna y seis peniques dice: "La vida era un pretexto para escribir". Araceli Mariel Arreche http://www.generacionabierta.com.ar/notas/42/suarez.htm
Yo no tengo disciplina. Parece que sí porque escribo mucho, pero no tengo disciplina, y menos con los cuentos. Nunca. …(…)…Igual, yo sigo viviendo como misteriosa la escritura, como momentos muy frágiles. Frágiles en el sentido de que te sentás a escribir, está todo bien, y ves que te pasan por debajo de la puerta la cuenta del teléfono y ya está, se terminó el cuento. Entrevista realizada en agosto de 2006 en el barrio de San Telmo, Buenos Aires. http://www.audiovideotecaba.gov.ar/areas/com_social/audiovideoteca/literatura/suarez_texto_es.php
Si querés ser un buen escritor tenés que abrir la cabeza. Y abrir la cabeza te sirve en la vida. Entrevista de Laura Rosso. Las 12. http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6654-2011-07-29.html

Dos inéditos de Patricia Suarez

Pornografía para osos panda

Desde 2008, en la Reserva Natural Nacional Wolong, en Chengdu, China, el zoólogo ShuiXian insiste en un Programa para la Reproducción Natural de Osos Pandas en Cautiverio. El mismo consiste en exhibir a los osos panda gigantes vídeos porno de otros osos durante el apareamiento, con los fines de motivarlos y enseñarles a los espectadores panda a hacerlo con las hembras en celo que les sean ofrecidas para la reproducción. Los pandas en cautiverio, no sólo pierden el deseo sexual, sino que olvidan el modo en que deben reproducirse. Además, el hecho de que el panda posea el pene demasiado corto y la hembra la vagina demasiado larga, dificulta la reproducción natural. Hasta ahora, el Programa es exitoso con el panda de Sechuán, Pú Gong Ying, actualmente de casi diez años de edad, cuya excitación tras la visión de los vídeos lo llevó a montar las tres hembras del Zoológico de Beijing que fueron puestas a su disposición. De las tres hembras en cuestión, dos quedaron preñadas y sus crías fueron saludables al momento de nacer. Por lo cual, el programa ideado por Shui Xian, podría considerarse un 70% exitoso y llegaría a reemplazar la inseminación artificial, método que se lleva a cabo en todos los zoológicos del mundo que cuentan con osos pandas. Sin embargo, a pedido de un tribunal de bioética, Shui Xian tendrá que afrontar un juicio en el cual la esposa del zoólogo, la señora Xian, acusó a su esposo de administrarle en secreto Viagra al animal. La señora Xian declaró que el Viagra utilizado con el oso panda, era la misma prescripción que usaba su esposo, a lo largo de una década de matrimonio y que ahora el “romance” en la pareja estaba decayendo. Por orden del Tribunal, se suspendió la exhibición de pornografía para los osos. Sin embargo, en las últimas semanas, los zoólogos de Chengdu se sorprendieron al notar que la mano de Pú Gong Ying, el oso que fuera sometido a la pornografía, ha desarrollado el llamado pulgar del pandas, una especie de sexto dedo, que es en realidad una deformación del hueso sesamoideo de la muñeca, y que fue objeto del ensayo del científico Stephen Jay Gould. Este dedo que utilizan para cortar y descortezar el bambú, su alimento habitual, ahora Pu Gong Ying, lo lleva una y otra vez a su pene, mientras mantiene los ojos cerrados, una y otra vez…


Las rayas de la cebra

Investigadores de la Universidad de Lund (Suecia) y la Universidad de Eötvös (Hungría), llegaron a una conclusión revolucionaria respecto al por qué de las rayas de la cebra, explicación que dejaría atrás diecisiete hipótesis formuladas por los científicos con anterioridad, las cuales incluían, por ejemplo, el camuflaje y la confusión óptica que producía al depredador  la cebra en movimiento durante la huida del mismo. Las investigaciones, a través de ecografías realizadas a cebras en avanzado estado de gestación del Parque Nacional de Tsavo, en Kenya, dieron por resultado que el feto es negro. Las rayas blancas serían una mutación para evitar las dolorosas picaduras de los tábanos, que asolan las tropillas de cebras. Los tábanos, como se sabe, prefieren los colores oscuros para picar y de esta manera, al moverse, las cebras los desestimulan. El doctor en biología genética y arqueólogo, Max Lindgren, graduado por la Universidad de Estocolmo, llegó a unos particulares planteos sobre el origen de la cebra. Según su ensayo Zebra yesterday and today, una familia de pastores kikuyu fueron los primeros en producir ejemplares de cebra doméstica, unos diez mil años atrás. La misma se usaba para acarrear bultos y de esta manera ayudar a la economía familiar. Lindgren, sostiene a través de sus estudios, que la cebra por aquel entonces era negra o de un castaño muy subido, que sólo en contacto con las familias kikuyu mutó a rayas. Por aquel entonces, la constitución familiar de los kikuyu era poligámica, es decir, un hombre y varias esposas. No obstante, el jefe kikuyu –quien era el poseedor principal de los sementales de cebra y de las yeguas para parición- tenía una sola esposa, que debía cumplir el rol de varias, especialmente a través de los discursos femeninos. La esposa del jefe kikuyu, de nombre Fua, según consta en las antiguas crónicas orales del país, transcriptas al alemán por Josep Berlinger de la Universidad de Göttingen (Alemania), era la encargada de llevar las quejas de lo que ella creía ofensas del pueblo a su persona: había sido insultada por las siervas, maltratada por quienes criaban gallinas, vituperada por los cazadores, blanco de los chismes por parte de las mujeres kikuyu, incluidas la suegra, las cuñadas, las hermanas, las primas y las tías –objetos de devoción entre los kikuyu-, sin que el jefe kikuyu, su esposo, hiciera nada de nada, absolutamente nada para poner fin a todos sus pesares. Además, la mujer kikuyu, se quejaba de que cada día con su noche le dolía la cabeza, el vientre, los dientes, los dedos, la espina dorsal, el intestino delgado, los ojos, las rodillas, los pechos y la vagina endurecida a fuerza de no hacer el amor como a ella le hubiera gustado con el jefe kikuyu. El discurso de la queja de la esposa kikuyu comenzaba al caer el sol y podía durar toda la noche. El sitio donde se cumplía el ritual era junto al pequeño establo en que solían, los kikuyu, guarecer a las cebras. De aquí a que los fetos por nacer que oían el discurso de la esposa kikuyu incorporaran las rayas a su pelaje, hay un solo paso, explicó el doctor Max Lindgren quien a los pocos meses fue, lamentablemente, expulsado de la Universidad.



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